El Instituto para las Obras de Religión es la institución financiera más conocida de la Santa Sede.

Fue creado en 1942 para que las instituciones católicas pudieran custodiar sus ahorros en un fondo seguro y, por eso, teóricamente no perdieran dinero en sus transacciones. Sólo pueden abrir cuentas allí órdenes religiosas, empleados del Vaticano y embajadores acreditados ante la Santa Sede.

Las ventajosas condiciones del IOR han atraído a clientes incómodos, que han provocado escándalos y dolores de cabeza en el Vaticano. Por eso, Benedicto XVI y Francisco lanzaron una profunda revisión de sus actividades para adaptarse a las normas internacionales de transparencia y evitar que se use para el lavado de dinero. El Consejo de Europa dice que va por buen camino.

El año pasado el Vaticano pidió a la consultora Promontory Group que controle las cuentas del banco. Además, también ha encargado a Ernst & Young que inspeccione el IOR como parte del control interno que debe hacer por ley la Autoridad de Información Financiera de la Santa Sede.