Fue el discurso más duro que el papa pronunció hasta la fecha. Y fue para denunciar el hambre que afecta a más de 600 millones de personas en el mundo. "Esto no es casualidad, sino la señal evidente de una insensibilidad imperante, de una economía sin alma, de un cuestionable modelo de desarrollo y de un sistema de distribución de recursos injusto e insostenible. Es un fracaso colectivo, un extravío ético, una culpa histórica."