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Homilía del Papa,4 febrero: Dios es un padre que llora por sus hijos

Martes 4 de febrero - EXTRACTO DE LA HOMILÍA DEL PAPA -
(Fuente: Radio Vaticana):

--- "Yéndose decía: ‘¡Hijo mío, Absalón. Hijo mío! ¡Hijo mío, Absalón! ¡Hubiera muerto yo en vez de ti! ¡Absalón, Hijo mío! ¡Hijo mío!’. Éste es el corazón de un padre, que jamás reniega a su hijo. ‘Es un bribón. Es un enemigo. ¡Pero es mi hijo!’. Y no reniega la paternidad: lloró… David lloró dos veces por un hijo: esta vez y la otra cuando el hijo del adulterio estaba por morir. También aquella vez ayunó, hizo penitencia para salvar la vida del hijo. ¡Era un padre!”.

"¡Para ellos aquello que es lo más importante es el hijo, la hija! No existe otra cosa. ¡La única cosa importante! Nos hace pensar a la primera cosa que nosotros decimos a Dios, en el Credo: ‘Creo en Dios Padre…’. Nos hace pensar en la paternidad de Dios. Pero Dios es así. ¡Dios es así con nosotros! ‘Pero, Padre, ¡Dios no llora!’. ¡Cómo no! Recordamos a Jesús, cuando lloró mirando a Jerusalén. ‘¡Jerusalén, Jerusalén! Cuántas veces he querido recoger a tus hijos, como la gallina recoge sus pollitos bajo las alas’. ¡Dios llora! ¡Jesús ha llorado por nosotros! Y aquel llanto de Jesús es precisamente la figura del llanto del Padre, que nos quiere a todos en torno a sí”.

"En los momentos difíciles el Padre responde. Recordamos a Isaac, cuando va con Abrahán a hacer el sacrificio: Isaac no era tonto, se dio cuenta que llevaban leña, el fuego, pero no la oveja para el sacrificio. ¡Tenía temor en el corazón! ¿Y qué cosa dice? ‘¡Padre!’. Y de inmediato: ‘¡Aquí estoy hijo!’”. El Padre responde. Así, Jesús, en el Huerto de los Olivos, dice "con aquella angustia en el corazón: ‘Padre, si es posible, ¡aparta de mí este cáliz!’. Y los ángeles vinieron a darle fuerza. Así es nuestro Dios: ¡es Padre! ¡Es un Padre!”. Un Padre como aquel que espera al hijo prodigo que se ha ido "con todo el dinero, con toda la herencia. Pero el padre lo esperaba” todos los días y "lo vio desde lejos”.

"Vayamos hoy a casa con estos dos íconos: David que llora y el otro, el jefe de la Sinagoga, que se arroja ante Jesús, sin miedo de avergonzarse y hacer reír a los otros. En juego estaban sus hijos: el hijo y la hija. Y con estos dos íconos digamos: ‘Creo en Dios Padre…’. Y pidamos al Espíritu Santo - porque sólo es Él, el Espíritu Santo – que nos enseñe a decir ‘¡Abba!, ¡Padre!’. ¡Es una gracia! Poder decir a Dios ‘¡Padre!’ con el corazón es una gracia del Espíritu Santo. ¡Pedirla a Él!”.

 

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