La vida de Emily Kelly eran sus amigos, los estudios y el deporte. No había nada más fuera de eso. A los diecisiete años comienza a frecuentar fiestas y a vivir una doble vida: en la parroquia los domingos y de fiesta los viernes y sábados… hasta que dejó de ir a Misa. Un buen día, un amigo le dijo que venía de Misa. Ese comentario le hizo replantearse todo: «¿Qué estoy haciendo con mi vida?», se preguntó. Volvió a ir a Misa los domingos. Por motivo de sus estudios se trasladó a vivir a Irlanda durante algún tiempo. Allí conoció a un grupo de chicos cristianos que la engancharon de nuevo al Señor, pero Emily se dio cuenta de que le faltaba algo a esa iglesia que estaba frecuentando: le faltaban los Sacramentos.