«Porque ellos, habiendo llegado a la patria y estando “en presencia del Señor” (cf. 2 Co 5, 8), no cesan de interceder por Él, con Él y en Él a favor nuestro ante el Padre, ofreciéndole los méritos que en la tierra consiguieron por el “Mediador único entre Dios y los hombres, Cristo Jesús” (cf. 1Tm 2, 5), como fruto de haber servido al Señor en todas las cosas y de haber completado en su carne lo que falta a los padecimientos de Cristo en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (cf. Col 1,24). Su fraterna solicitud contribuye, pues, mucho a remediar nuestra debilidad» (Lumen Gentium, 49).