El Santo Padre se encuentra en Asti, una pequeña ciudad italiana situada al norte del país, desde donde esta mañana ha presidido la Santa Misa, con mucha emoción, pues se trata de la ciudad desde la que partió su padre para emigrar a Argentina: “He venido a reencontrar el sabor de las raíces. Hoy el Evangelio nos lleva nuevamente a las raíces de la fe” ha afirmado el Papa frente a los fieles presentes.
Observando a Jesús, la idea que tenemos de un rey da un vuelco
“Sobre la cruz aparece una sola frase: «Este es el rey de los judíos» (Lc 23,38). He aquí el título: rey. Pero observando a Jesús, la idea que tenemos de un rey da un vuelco” ha aclarado el Pontífice. De hecho, ha pedido a los fieles presentes que intenten imaginar visualmente un rey: “Nos vendrá a la mente un hombre fuerte sentado en un trono con espléndidas insignias, un cetro en las manos y anillos brillantes en los dedos, mientras dirige a sus súbditos discursos solemnes. Esta es, más o menos, la imagen que tenemos en la mente” dice el Papa.
Pero en cambio, mirando a Jesús, “vemos que Él es todo lo contrario”: “No está sentado en un cómodo trono, sino más bien colgado en un patíbulo. El Dios que «derribó a los poderosos de su trono» se comporta como siervo crucificado por los poderosos. Está adornado sólo con clavos y espinas, despojado de todo mas rico en amor; desde el trono de la cruz ya no instruye a la multitud con palabras, ni levanta la mano para enseñar. Hace mucho más: en vez de apuntar el dedo contra alguien, extiende los brazos para todos. Así se manifiesta nuestro rey, con los brazos abiertos, a brasa aduerte”.
¿Que rey festejamos hoy?
Francisco ha querido aclarar que rey festejamos hoy, pues celebramos un rey que “se hizo siervo para que cada uno de nosotros se sienta hijo” ha dicho el Papa, pero tambien un rey que “se dejó insultar y que se burlaran de él, para que en cualquier humillación ninguno de nosotros esté ya solo. Dejó que lo desnudaran, para que nadie se sienta despojado de la propia dignidad y subió a la cruz, para que en todo crucificado de la historia esté la presencia de Dios”.
“Este es nuestro rey – asegura Francisco – rey del universo, porque Él cruzó los más recónditos confines de lo humano; entró en la oscura inmensidad del odio y del abandono para iluminar cada vida y abrazar cada realidad”.
““No tenemos un dios desconocido que está allá arriba en el cielo, poderoso y distante, sino un Dios cercano, tierno y compasivo, cuyos brazos abiertos consuelan y acarician””
En su homilía, Francisco también explica que Él no mira nuestra vida sólo un momento y ya, sino que permanece ahí, a brasa aduerte (a brazos abiertos) , para decirnos en silencio que nada de lo nuestro le es ajeno, que quiere abrazarnos, volvernos a levantar y salvarnos, así como somos, con nuestra historia, con nuestras miserias y con nuestros pecados.
También ha asegurado que nos da la posibilidad de reinar en la vida "si te rindes ante la mansedumbre de su amor, que se propone pero no se impone; el amor de Dios no se impone jamás, a su amor que siempre te perdona, nosotros tantas veces nos cansamos de perdonar a las personas, les hacemos la cruz y hacemos la sepultura social, él no se cansa de perdonar jamás, jamás, siempre te vuelve a poner en pie, que siempre te restituye tu dignidad real". De hecho - puntualiza - “la salvación nos viene al dejarnos amar por Él, porque sólo así somos liberados de la esclavitud de nuestro yo, del miedo de estar solos, de pensar que no lo lograremos”.
Al mismo tiempo, nos invita a reflexionar sobre la frase que Jesús pronuncia en el Evangelio de hoy: «Estarás conmigo en el paraíso». “Esto es lo que quiere decirnos Dios cada vez que nos dejamos mirar por Él. Y entonces entendemos que no tenemos un dios desconocido que está allá arriba en el cielo, poderoso y distante, sino un Dios cercano, tierno y compasivo, cuyos brazos abiertos consuelan y acarician” afirma el Papa.
El Papa nos pregunta hoy: ¿Somos expectadores o nos involucramos?
Hoy el Evangelio nos pone ante dos caminos. Frente a Jesús hay quien se queda de espectador y quien se involucra y depende de nosotros decidir si ser espectadores o involucrarnos.
Los espectadores son muchos, la mayoría. De hecho –dice el texto– «el pueblo permanecía allí y miraba». No era gente mala, muchos eran creyentes, pero al ver al Crucificado se quedan como espectadores. No dan un paso adelante hacia Jesús, sino que lo ven desde lejos, curiosos e indiferentes, sin interesarse verdaderamente, sin preguntarse qué podrían hacer. “Todos estos espectadores tienen en común una frase recurrente: “Si eres rey, ¡sálvate a ti mismo!”” recuerda el Papa.
“¿Eres capaz de mirar a los ojos de ese pobre que te pide limosna?, cuando le das limosna ¿le tocas la mano o le tiras la moneda? ¿eres capaz de tocar una miseria humana?”
La ola del mal
Pero, ese “Sálvate a ti mismo” es contagioso – dice el Papa – es “la ola del mal” que alcanza a casi todos. Y es aquí donde el Pontífice habla del “contagio letal de la indiferencia”, asegurando que "es una fea enfermedad" la indiferencia: "esto no me toca a mi, indiferencia frente a los enfermos, frente a los pobres, a los miserables de la tierra, a mi me gusta preguntar a la gente , se que cada uno de vosotros da la limosna a los pobres, yo me pregunto: cuando tu das la limosna a los pobres ¿le miras a los ojos? ¿eres capaz de mirar a los ojos de ese pobre que te pide limosna?, cuando le das limosna ¿le tocas la mano o le tiras la moneda? ¿eres capaz de tocar una miseria humana?
Por tanto, insiste: "esa ola del mal que se propaga siempre así: comienza tomando distancia, mirando sin hacer nada, sin dar importancia, y luego se piensa sólo en los propios intereses y se acostumbra a mirar hacia otro lado. “Es un riesgo también para nuestra fe – dice el Papa – que se marchita si se queda en una teoría y no se hace práctica, si no hay compromiso, si no se da en primera persona, si no se arriesga. Entonces nos convertimos en cristianos superficiales, que dicen creer en Dios y querer la paz, pero que no rezan ni se preocupan por el prójimo”.
La ola del bien
Para el Papa, también está la ola benéfica del bien. “Entre los muchos espectadores, uno se involucra, el “buen ladrón”. Los otros se ríen del Señor. Él le habla y lo llama por su nombre, “Jesús”. Es así que un malhechor se convierte en el primer santo. Se acerca a Jesús por un instante y el Señor lo tiene consigo para siempre”.
Francisco ha explicado entonces que, el Evangelio habla del buen ladrón por nosotros, para invitarnos a vencer el mal dejando de ser espectadores. “¿Por dónde comenzar?” pregunta – “por la confianza, por llamar a Dios por su nombre, tal como lo hizo el buen ladrón, que al final de la vida vuelve a encontrar la confianza valiente que caracteriza a los niños, que se fían, piden, insisten”.
Una mirada a nosotros mismos: ¿Hacemos algo?
Al final de su homilía, el Santo Padre nos hace reflexionar: “Vemos las crisis de hoy, la disminución de la fe, la falta de participación. ¿Qué hacemos? ¿Nos limitamos a elaborar teorías, a criticar, o nos ponemos manos a la obra, tomamos las riendas de nuestra vida, pasamos del “si” de las excusas a los “sí” de la oración y del servicio? Todos creemos saber qué es lo que no está bien en la sociedad, en el mundo, incluso en la Iglesia, pero luego, ¿hacemos algo? ¿Nos ensuciamos las manos como nuestro Dios clavado al madero o estamos con las manos en los bolsillos mirando?”.